El apellido Abad es producto de varias procedencias, para algunos es un nombre de origen desconocido, lo cierto es que tiene un componente genético y genealógico variopinto o mixto. Estos son algunos de sus linajes y etnias vistos y estudiados por un Abad:
De mi apellido sé que un tal Santos Abad, natural de Palencia, en España, se casó en Yolombó a mediados del siglo 18, con una tal María de la Luz Jiménez (que debía de ser negra, zamba o mulata) y que al final de su vida dejó escrito en su testamento, que “tiene 59 años, está casado, tiene diez hijos y se encuentra quebrantado de salud y sin con qué sostener la familia”. Pensando en estas invitaciones, y en los oscuros orígenes de mi sangre, se me ocurre lo siguiente.
En mi caso, como en el de muchos, no sé si el primer Abad que llegó a Antioquia era de origen morisco, judío, español, o si era simplemente el descendiente de un expósito dejado a las puertas de un monasterio, o el hijo del superior de un convento que no supo qué otro apellido ponerle a su pecado mortal... Sabemos muy poco de la línea patrilineal, y de las otras ni se diga.
En realidad prefiero tener esos orígenes indeterminados, confusos y mestizos. No podría decir que tengo origen árabe, ni judío, ni español, ni nada. O podría decir, lo que es lo mismo, que los tengo todos. Creo que uno recibe influencias de las personas que conoce (padres, abuelos, parientes, maestros, amigos), pero que lo que haya hacia atrás —salvo taras o ventajas genéticas muy claras— es bastante azaroso e impreciso. Uno tiene cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 chozabuelos. Yo podría apostar que alguno de esos 32 habrá sido árabe, otra negra, otro judío, otra española, otro italiano, otra india. Y de esa vieja corriente mestiza y caótica, mixta, mezclada, impura, de todo eso me siento parte. Así que no sé con cuánta honestidad podría hacerme pasar por judío, o por árabe. Estoy dispuesto a participar también en antologías de escritores de origen italiano, negro, español, indio... Como se puede ver, no tengo una identidad muy clara en lo que tiene que ver con las etnias, las nacionalidades o los grupos raciales de mis antepasados.
Lo que más me interesa de este coctel genético es mi 12% de “nativo americano”. Qué dicha ser un mestizo: una de mis bisabuelas, o dos de mis tatarabuelas, al menos, eran indias.
¿Qué sería yo, al saber que entre mis antepasados hay blancos, indios, árabes, españoles, judíos, negros y vascos? ¿Un mestizo sin identidad alguna? Pues sí, eso es lo que siempre he querido ser racialmente, y lo que defiendo con orgullo: un mestizo, una chanda, un gozque, un criollo sin raza definida, o mejor, de todas las razas, y afrodescendiente como absolutamente todos los seres humanos que hay en el planeta. ¿Habrá alguien dispuesto a darme un Certificado de mestizaje? Eso sí, un certificado que no sirva para ningún privilegio. Eso deberíamos expedir en Colombia: Certificados de Nada. Certificados de que no nos importa saber la raza a la cual pertenecemos, porque sabemos que nadie debe ser juzgado por su raza, ni discriminado (a favor o en contra) por el origen étnico que tenga.
Lo cierto es que no siento ninguna vergüenza, ni ningún orgullo, de mis orígenes. No veo por qué yo debería ser más o menos cosa si descubriera que entre mis antepasados hay árabes, judíos, indios, negros, prohombres, heroínas, piratas, ladrones, prostitutas, italianos, vascos, arios, marranos o gitanos. Me da exactamente igual. En últimas, si vamos lo suficientemente lejos, todos venimos de una Eva africana (somos todos afrocolombianos) o si lo prefieren, de Caín el asesino y de su hermana, pues obligatoriamente tuvo que haber incesto después del Paraíso Terrenal.
Lo que digo para mí, ¿no lo podría decir para cualquiera? Tal vez nadie mejor que un hibrido, o un mestizo, entiende la triste vanagloria de los puros. Ese apego a lo que ellos llaman las raíces, la identidad, la tradición, me parece, tanto en los blancos genealogistas, como en los afrodescendientes del orgullo negro, como en judíos y árabes y antioqueños, una muestra de racismo inútil, de vanidad prestada, un intento de recostarse en el grupo, cuando lo cierto es que uno sólo es lo que es como individuo y si mucho se puede sentir orgulloso o avergonzado de sus padres y hermanos.
Vengo de un país mestizo y violento, de un continente mezclado que contiene en sí todos los orígenes y de ninguno de ellos se puede avergonzar. En Italia a los perros callejeros y con mezcla de muchas razas se les dice mulatos. Yo, que alguna vez quise ser italiano, ahora me siento orgullosamente mestizo. Por mi apellido, Abad, cuando entro a Estados Unidos, me preguntan si tengo “middle East Origins” y yo digo que sí, que tengo todos los orígenes. Me invitan a congresos de escritores árabes y a participar en antologías de escritores judíos, y siempre digo que sí, pues me siento tan judío como árabe; me siento hijo expósito y descendiente del pecado mortal del superior de un convento. Mestizo.
Nadie mejor que un hibrido, o un mezclado, entiende la triste vanagloria de los puros.
H. A. F.
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