Historia de la Heráldica y de la Genealogía
En la Genealogía y la Heráldica de los los grandes linajes o famosos personajes encontramos a uno apasionante: Gonzalo Fernández de Córdoba.
En lo que se refiere a su linaje, consta que en el año 1.445, el rey, don Enrique IV, dió el título de conde Cabra a don Diego Fernández de Córdoba, el cual casó con Doña María Carrillo, y fue padre de don Diego, segundo Conde Cabra y Señor de Baena. Don Diego casó con doña María de Mendoza, hija de don Diego de Mendoza, Duque del Infantado y fue padre de don Diego, tercer Conde de Cabra.
En fin, por estos diversos enlaces se llegó hasta el personaje que nos interesa: Don Gonzalo Fernández de Córdoba.
Al ser esta serie un estudio sobre diversos temas de Genealogía y Heráldica, antes de entrar de lleno en la biografía del Gran Capitán, entendemos no está de más, llevar a efecto una información sobre el esclarecido linaje de los Fernández de Córdoba.
Se trata de una familia castellana muy noble, acaso la más importante de España. Con decir que llegó a poseer más de cien mayorazgos y otros tantos títulos y grandezas del Reino, creemos que está todo justificado en nuestra anterior apreciación. El tronco de este linaje fue don Alfonso Fernández de Córdoba, primer Señor del Castillo de Cañete de las Torres y del de Dos Hermanas, Adelantado de la Frontera de Andalucía, Alcalde y Alguacil de Córdoba.
Cuatro son las principales líneas de esta familia, divida en líneas menores, ramas y subramas: Primera: Línea de Aguilar o Priego, formada en el siglo XIV por Gonzalo Fernández de Córdoba, Señor de Aguilar de la Frontera, de Priego, de Cañete de las Torres y de Guadalcazar. Segunda: Línea de Cabra, fundada a fines del siglo XIV, por Diego Fernández de Córdoba, Señor de Baena, Mariscal de Castilla y embajador en Portugal. Tercera: Línea de Comares o de los Donceles, iniciada por Diego Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles y Señor de Chillón. Cuarta: Línea de Montemayor y Alcaudete, comenzada por Martín Alonso de Córdoba, Señor de Dos Hermanas y Montemayor.
De estas cuatro líneas, la de Comares se extinguió en 1.697 y sus títulos pasaron a la línea de Aguilar. La línea de Montemayor y Alcaudete se extinguió en 1.633 y de ella se derivaron las líneas y ramas de los Señores de Zuheros, la de los Señores de Albendin y Montalban y la de los Marqueses de Guadalcazar.
Hablemos de nuestro personaje, no sin antes efectuar una observación. Cuando se habla de conquistadores, por lo general, la mente se orienta hacia aquellos que tuvieron como escenario de sus hazañas América, es decir, a los Cortés, los Pizarro, los Balboa, Valdivia, etc. No obstante, como conquistadores también hay que calificar a aquellos que, sin salir de Europa, realizaron este tipo de gestas y basta recordar, como un solo ejemplo, al rey don Jaime I, llamado "el Conquistador", por tanto y aunque de inmediato vamos a pasar en sucesivos trabajos a
ocuparnos de los conquistadores del Nuevo Mundo, nos ha parecido correcto comenzar esta relación de sus armas y sus hazañas por una de las figuras militares más grandes de nuestra historia, sino la que más;
que por algo mereció el nombre de El Gran Capitán.
Nació don Gonzalo Fernández de Córdoba en Montilla, en el año 1.453 y falleció en Granada en 1.515. Vivió, pues, sesenta y dos años. En un principio, sirvió al infante don Alfonso, para pasar en seguida a la casa de doña Isabel "la Católica" que le llamó a Segovia, en 1.474, es decir cuando contaba veintiún años. Intervino en la guerra civil motivada por las pretensiones de doña Juana llamada "la Beltraneja", en favor de Isabel y peleó también valerosamente en la guerra de Granada. Actuó cerca del último rey de Granada para las negociaciones que conducirían a la entrega de esta ciudad a los Reyes Católicos. Siempre mereció la confianza de la reina Isabel quien, al plantearse la crisis italiana, cuando Carlos VIII de Francia decidió invadir Nápoles, decidió que el hombre indicado para reconquistar Nápoles y destrozar los ejércitos del monarca francés era Gonzalo Fernández de Córdoba. Tras un primer revés en Seminara, Fernández de Córdoba practicó una eficaz táctica de guerrillas en el suelo calabrés, mientras que, sostenido por la flota española, Fernando II, en quien había abdicado su padre, Alfonso II, entraba en Nápoles.
Al morir el soberano napolitano, su sucesor, su tío Fadrique, concedió a Fernández de Córdoba el Ducado de Santángelo y otros territorios de la Apulia.
El Gran Capitán, después de expulsar a los franceses de Ostia y entrar en Roma, regresó a España en 1.498. En ese mismo año murió repentinamente Carlos VIII, con quien Fernando el Católico había
establecido la Tregua de Lyón y el rey español se apresuró a ratificar el Tratado con el nuevo rey francés, Luis XI. Pero había una diplomacia secreta entre ambos monarcas, aquella que decidía el reparto del reino de Nápoles entre ambos, correspondiendo a España, Calabria y Apulia. (Tratado de Granada, en el año 1.500) Cumpliendo las órdenes de Fernando "el Católico", el Gran Capitán, con apoyo naval, pero con un exiguo, aunque bien disciplinado, ejército, se adueñó rápidamente de los territorios asignados a España.
Una vez vencidos los napolitanos, pronto se desencadenaron las discordias entre Francia y España. La segunda guerra de Italia, que abarcó desde 1.502 a 1.504, trajo consigo la reconquista de Nápoles para la Corona Española.
Las hostilidades fueron abiertas por Francia, con tal violencia y fuerza que Gonzalo Fernández de Córdoba tuvo que refugiarse en Berletta, y sitiado en la citada plaza, resistió hasta la llegada de los refuerzos que solicitaba.
Mientras, la maledicencia motivada por la envidia que algunos sentían en España hacia él, comenzó a minar su prestigio militar y la propia reina, doña Isabel, tenía que convertirse en su defensora, rechazando los cargos de ineptitud que se le hacían por su forzada inactividad en Berletta. Lo que ocurría era que el Gran Capitán sabía perfectamente que, con las escasas fuerzas de que disponía, no le era posible llevar a efecto una salida para atacar a los franceses, pues de hacerlo iba a una derrota segura. Pero una vez que le llegaron los refuerzos solicitados comenzó las operaciones militares, atacando a los franceses y obteniendo de inmediato las famosas victorias de Ceriñola y Garellano con lo que se silenciaron las lenguas envidiosas y recobró todo su alto prestigio militar. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el rey francés propuso a Fernando "el Católico", la firma de la paz, lo que se llevó a cabo por el Tratado de Lyón.
Como premio a sus servicios, el Gran Capitán fue nombrado Virrey de Nápoles. Administró bien los Estados bajo su gobernación, pero entonces las acusaciones contra su persona tomaron un rumbo distinto. Se dijo que recompensaba con excesiva liberalidad a sus oficiales, lo que parece que sí fue cierto. Quizás fue esto lo que suscitó las suspicacias del rey Fernando hacia él. Cuando el Monarca viajó a Nápoles para tomar posesión de aquel reino, chocó con el virrey a quien depuso, obligándole a regresar a España.
Conocida es la anécdota de "las cuentas del Gran Capitán" cuando Fernando "el Católico", le exigió que presentara la debida nota de gastos que a él le parecían, no sólo excesivos, sino exagerados. Ya se sabe aquello de "...en palas, picos y azadones, cien millones..."
De su fortuna, motivo que despertó la sospecha del Rey Católico, habla el embajador de Venecia, en la corte de España, micer Andrés Navajero que, cuando se refiere al Gran Capitán, escribe: "Heredó pocos bienes; con su virtud y trabajo dejó al morir más de cuarenta mil ducados de renta".
Las armas de este esclarecido linaje son: Escudo cortado: 1º, de oro y tres fajas de gules ondeadas. 2º; de plata y un rey moro de Granada atado con una cadena. En bordura sesenta y cuatro banderas de diferentes colores.
|