Historia de la Heráldica y de la Genealogía
Sebastián de Belalcázar, nació en Belalcázar en el año 1.480 y falleció en Cartagena de Indias en el 1.551.
Según se cree, su verdadero apellido era Moyano, pero una vez que adquirió celebridad en las Indias, acaso por parecerle poco significativo, determinó cambiarlo por el de su pueblo natal, la villa de Belalcázar en la provincia de Córdoba, adoptando sus armas.
Hijo de padres humildísimos, de su niñez nada se sabe. Y lo que se recuerda de su juventud, fue un carácter un tanto inquieto, aventurero, ambicioso y decidido. Probablemente a estas cualidades añadiría la de la inteligencia y dándose perfecta cuenta, de que el porvenir que le aguardaba en su villa, por entonces poco más que una aldea, que no tenía nada de brillante, se determinó a encauzar su vida por nuevos horizontes.
Quizás también influyó en su determinación el hecho de quedarse huérfano siendo muy niño. Parece ser que, al quedar al cuidado de unos parientes, apenas tuvo edad para ello, escapó de la casa de estos, encaminándose a Sevilla.
Allí, probablemente, embarcó en uno de los últimos viajes que realizó Cristóbal Colón a las Indias, pero no podría asegurarse porque no ha quedado constancia de ello.
Pero lo cierto es que llegó a La Española, la actual Haití, y en adelante, durante más de treinta años, durarían sus andanzas por tierras de Colombia, Ecuador y Perú.
En el año 1.514 trabó amistad con Pedrarias Dávila, (parece ser que el nombre de este conquistador era Pedro Arias de Avila, pero que sus compañeros lo abreviaron convirtiéndolo en Pedrarias), por el Darien, donde obtuvo el título de capitán.
Por cierto fue el anterior personaje, Pedrarias Dávila quien, envidioso de Vasco Núñez de Balboa, montó un vergonzoso proceso, contra el descubridor del Océano Pacífico, acusándolo de traidor a la Corona y haciéndolo ejecutar.
Hubo un paréntesis en la vida de Belalcázar que duró diez años, de lo que no queda constancia sobre sus actividades.
Al cabo de este tiempo, decidió unirse a Hernández de Córdoba para la conquista de Nicaragua. Sin que ejerciera hechos destacados, fue un conquistador más que sufrió y vivió las mismas o parecidas penalidades que los otros, participó en la fundación de varias ciudades y fue nombrado alcaide de León.
En Darien tuvo ocasión de conocer a Francisco Pizarro y Diego de Almagro, y conociendo los propósitos de ambos de intentar la conquista del Perú, decidió unirse a ellos. Aceptados sus servicios, fue enviado a Piura de teniente gobernador y desde allí, sin consultar con los que eran sus jefes y obrando por su cuenta organizó la expedición a Quito.
Las noticias que le llegaron de que Pedro de Alvarado se proponía hacer lo mismo, más la insurrección del cacique indio Rumiñaui así como su ambición, que le empujaba a emanciparse de la tutela de Pizarro, le instigaron a emprender la marcha a fines de 1.533, con Francisco Pacheco y Juan Gutiérrez como sus capitanes, y una numerosa hueste de soldado.
Se dirigieron a Riobamba y ocuparon la ciudad de Quito, que el caudillo indígena había ordenado destruir antes de retirarse.
La situación se le complico cuando apareció Diego de Almagro, al tiempo que hacía otro tanto Pedro de Alvarado.
Unos y otros querían quedarse con el mayor número de tierras y expulsar a los que cada uno juzgaba como intrusos.
Predominó la cordura y los tres hombres llegaron a un acuerdo: Belalcázar permanecería con plenos poderes en Quito, a quien había trasladado de lugar llamándola San Francisco, en honor a Pizarro. Una vez investido de estos poderes, Belalcázar se dedicó a someter a los indios y lo hizo con tanta energía que pronto los doblegó, hizo prisionero a su caudillo Rumiñajui a quien ordenó ejecutar.
Tranquilo a este respecto, Belalcázar dedicó todos sus esfuerzos a la total pacificación del territorio, así como a su exploración y colonización, fundando varias ciudades.
Belalcázar exploró la región de Pasto, los valles y zonas montañosas del Cauca y del Magdalena y se fundaron Santiago de Guayaquil, Santiago de Cali, Popayán y Neiva, entre otras.
A comienzos de 1.539, cerca de Bogotá se encontraron las tropas de Belalcázar, Jiménez de Quesada y Nicolás Federman. Unidos hicieron su entrada en la ciudad, pero aquello no gustaba a Belalcázar, que se creía con más derechos que nadie para la gobernación de aquel territorio, dado que había llegado el primero. Pero se trataba de las habituales reyertas entre los propios españoles, en su disputa por los territorios que cada uno creía que le pertenecía.
Belalcázar se embarcó para España dispuesto a defender sus derechos ante la Corona. Habrá que decir que, en no pocas ocasiones, las disposiciones dictadas por los Reyes de España eran ignoradas por los conquistadores. Bien conocido es el dicho de que "La ley se acata, pero no se cumple".
Belalcázar tuvo éxito en su misión en la metrópoli. Fue nombrado Adelantado Mayor y gobernador de Popoyán y jurisdicción sobre un intenso territorio que comprendía gran parte de Colombia y Ecuador.
Mientras esto ocurría, en Perú se desarrollaban otros acontecimientos. La lucha había estallado entre Francisco Pizarro y sus hermanos Hernando y Gonzalo, contra Diego de Almagro. Unos y otros se juzgaban con derecho sobre Cuzco. Ninguno quería ceder y cuando se sometió el pleito al obispo de Tierra Baja, este determinó que era la Corona quien debía decidirlo. Más ni la paciencia de Pizarro, ni la de Almagro, eran capaces de aguantar los largos meses que tardaría en llegar la respuesta de España.
Almagro era el dueño de Cuzco, pero aún cuando llegó a hacer prisionero a Hernando Pizarro, sus fuerzas eran menores a las de sus adversarios.
Como gesto de buena voluntad puso en libertad al cautivo, pero tal cosa no sirvió para nada.
Enfrentados ambos bandos en batalla, vencieron las huestes de Pizarro y Hernando hizo prisionero a Diego de Almagro, enfermo y agotado y con gran prisa montó un proceso vergonzoso que acabó con la ejecución de Almagro.
Por su parte, Belalcázar supo mantenerse ajeno a tales rencillas, dedicando sus esfuerzos a la administración del territorio, que le había otorgado la Corona.
Para ello contó con la buena ayuda del visitador Vaca de Castro y el virrey Blasco Nuñez Vela. Por su parte el virrey La Gasca, después de acabar con la insurrección de los Pizarro, prestó asimismo su decidido apoyo a Belalcázar.
Pero parecía que el destino se complacía en enfrentar a unos españoles contra otros. A Belalcázar le tocó también el amargo brevaje que, antes se vieron obligados a beber Vasco Núñez de
Balboa y Diego Pizarro, esto es, fue acusado de graves delitos, para someterle a un juicio de los denominados "de residencia". El final de estos juicios, en su mayoría burdas comedias, fue como el de los otros dos personajes anteriormente citados, la condena de muerte.
Belalcázar, enfermo y agotado, trató de embarcar a España para apelar ante el Consejo de la Inquisición, pero la enfermedad no le dejó, falleciendo de muerte natural en Cartagena de Indias en el año 1.551.
El juicio que puede emitirse sobre este conquistador, es que si bien fue hombre ambicioso, jamás fue cruel, ni tan duro como los Pizarro.
Más que un guerrero, fue un explorador, entusiasmado por el hallazgo de nuevas tierras y la fundación de ciudades. Si tuvo que combatir contra los indios, no fue por deseo suyo, simplemente, le era imprescindible mantener pacificados los territorios bajo su gobernación.
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